EL LENGUAJE INVISIBLE DEL PAISAJE
- PAISAJEO.ORG
- 20 may
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Edición abril - mayo 2025 I Artículo 03
A una hora de la ciudad de Ayacucho, en el sur del Perú, se encuentra la casa de campo de mis padres. Rodeada de árboles frutales y hierbas aromáticas, el aire allí huele distinto, sobre todo cuando llueve y la tierra exhala su perfume. Ahora es un lugar que me llena de calma, pero no siempre fue así.
La primera vez que estuve allí, el terreno apenas era una extensión de tierra fértil con pequeñas plantas recién sembradas. No me parecía particularmente interesante: todo era plano, sin sombras ni recorridos que invitaran a quedarse. Con el tiempo, el paisaje se transformó, no solo porque las plantas crecieron, sino porque mi forma de percibirlo cambió. Me di cuenta de que los olores, las texturas y hasta la forma en que el viento se mueve entre los árboles afectan la manera en que habitamos un espacio.

No fue hasta mi penúltimo ciclo de arquitectura que entendí mejor esta conexión. Mientras diseñábamos un centro de bienestar para adultos mayores, mi profesora nos recomendó leer “Los ojos de la piel" de Juhani Pallasmaa. En él, el autor sostiene que la arquitectura no se experimenta solo con los ojos, sino con todo el cuerpo. Este concepto me hizo reflexionar sobre cómo los espacios pueden influir en nuestro estado emocional y bienestar.
Nuestra memoria está anclada a los sentidos. No recordamos un lugar solo por cómo se ve, sino también por cómo suena, cómo huele y cómo nos hace sentir. Un espacio abierto con vegetación abundante puede transmitir tranquilidad, mientras que un entorno desprovisto de naturaleza puede sentirse frío y distante. Esta dimensión sensorial es clave al momento de diseñar. No se trata solo de construir, sino de crear atmósferas que dialoguen con quienes las habitan.

Esta reflexión se reforzó cuando visité Medellín el año pasado. Sus parques tienen una cualidad especial: la vegetación no parece subordinada al diseño urbano, sino que ambos conviven de manera armoniosa. Recuerdo especialmente el Parque de la Bailarina, de camino al lugar donde me estaba quedando, noté que los árboles y plantas crecían libremente, sin barreras rígidas que los contuvieran. No había una separación estricta entre los caminos y la vegetación, sino que las raíces, las sombras y el follaje interactuaban con el espacio de forma natural. Caminar por allí daba la sensación de estar dentro de un ecosistema vivo, no en un lugar diseñado para imponerse sobre la naturaleza. Esto contrasta con la planificación urbana tradicional, donde los espacios verdes suelen quedar relegados a áreas acotadas y delimitadas.

La integración de la naturaleza en los entornos construidos no solo enriquece la experiencia sensorial, sino que también presenta beneficios concretos en la salud y el bienestar. Estudios han demostrado que los espacios verdes pueden reducir el estrés, mejorar la concentración y fomentar la interacción social.
En el diseño de centros de bienestar para adultos mayores, por ejemplo, se ha observado que entornos con vegetación variada y accesible pueden contribuir a mejorar el estado de ánimo, estimular la memoria y promover la actividad física. Un jardín sensorial, donde los residentes puedan interactuar con plantas aromáticas, texturas naturales y sonidos suaves, no es solo un complemento estético, sino un recurso terapéutico valioso.
Además, investigaciones en arquitectura y neurociencia han resaltado cómo el contacto con la naturaleza puede ralentizar el deterioro cognitivo en personas mayores favoreciendo una mejor calidad de vida. Espacios diseñados con una conexión fluida entre el interior y el exterior, con acceso a luz natural, ventilación y elementos naturales, pueden generar entornos más saludables y acogedores. Esta perspectiva se está aplicando en proyectos de todo el mundo, reforzando la idea de que los espacios bien diseñados no solo albergan, sino que cuidan y acompañan a sus habitantes.
La relación entre el paisaje y la percepción sensorial no es un concepto abstracto; es algo que experimentamos todos los días. Como arquitectos, diseñadores o simplemente habitantes del territorio, tenemos la responsabilidad de entender cómo los espacios que creamos influyen en la vida de las personas. No se trata solo de llenar las ciudades con áreas verdes como un adorno, sino de integrarlas de manera genuina en la vida cotidiana. Si el entorno natural tiene la capacidad de transformar nuestra percepción y bienestar, entonces el reto es diseñar espacios que no solo sean funcionales, sino que también inspiren, sanen y conecten con nuestras emociones más profundas.
La casa de campo de mis padres me enseñó que el entorno no solo nos rodea, sino que nos transforma.

Texto e imágenes: Camila Mendoza
Instagram: @caaamm.v
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