HACIA UN PAISAJE URBANO MÁS NATURAL
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Edición abril - mayo 2025 I Artículo 02
Desde las décadas finales del siglo pasado, en la planificación de las ciudades, se ha venido desarrollando mayor conciencia sobre el papel que desempeñan las plantas en los entornos urbanos. La relación que las urbes establecen con el contexto biofísico en el que se sitúan y al que, poco a poco, con su crecimiento desmedido y demanda de recursos han ido reduciendo, fragmentando y eliminando.
Las acciones no han sido suficientes; el cambio climático ha incrementado la presión que las ciudades ejercen sobre los hábitats que las circundan, marcando un punto de inflexión en el que no hay vuelta atrás. Se hace urgente un cambio de criterio en la proyección y en la gestión de los espacios naturales de cara a garantizar su sustentabilidad si queremos que permanezcan para futuras generaciones.
La creación del paisaje en nuestro medio se encuentra ligada a una estructura humanista heredada del pensamiento occidental. El hombre como centro del universo, ejerce dominio, domesticando la naturaleza, esta visión se ha permeado a las dinámicas urbanas en la cual los procesos ecológicos se ocultan en las soluciones de la ingeniería y los espacios verdes reciben un tratamiento artificial y formalista en el que se privilegian las cuestiones estéticas.
El funcionamiento de las ciudades y la administración de sus coberturas vegetales tradicionalmente han potenciado ordenar la naturaleza. Por ejemplo: las áreas verdes de césped perfectamente segado en parques y separadores viales, los monocultivos en arbolado viario, los árboles aislados en parques como zonas verdes y los macizos florales monoespecíficos de jardines públicos y privados, que demandan alto mantenimiento y recursos económicos por parte de los gobiernos locales.
Ello requiere adelantar constantemente actividades de manutención como podas, riegos, plateos, fertilizaciones y reposición de plantas que dependen de maquinaria. El resultado, una imagen estática, reflejo de un control absoluto de la naturaleza cuyo diseño, en muchas ocasiones, es ajeno a las características del territorio que ocupa y tiene como objetivo preservar la imagen final e inalterable del espacio tal y como fue diseñado.

Esta visión reduccionista devalúa la naturaleza a una mera ornamentación urbana, desestimando la complejidad que reside en los ecosistemas y en las interacciones que naturalmente se instauran entre comunidades vegetales, fauna, factores edáficos y climáticos, relieve, etc.. Implica una desconexión de los procesos naturales que se traduce en un paisaje uniforme, de poblaciones poco saludables, vulnerables al ataque de plagas y enfermedades, menos diversas en las que no se renuevan especies y que por tanto, no varían ni maduran en el tiempo.
En las ciudades tenemos un paisaje que pasa desapercibido y que comúnmente en la jardinería es visto como un oponente, justamente porque da la sensación de desatención, abandono e incluso recibe injustamente el apelativo de maleza. Las plantas arvenses crecen espontáneamente en los lugares menos esperados, sin ningún cuidado y atención de la administración distrital o de la comunidad.
Estos paisajes fortuitos compuestos por especies pioneras que se establecen aleatoriamente, surgen desafiando condiciones urbanas adversas, crecen en sustratos poco profundos y estériles, resistiendo la contaminación, bajas precipitaciones y la exposición solar plena sin generar costos y lo mejor, sin requerir de la atención humana. Igualmente, florecen, se desarrollan, crean hábitats informales diversos de buenas cualidades estéticas, capaces de atraer polinizadores, protegen los suelos descubiertos de la erosión, colonizan espacios en desuso sin un patrón formal y van labrando el camino para que nuevas especies puedan desarrollarse dando lugar a la sucesión natural, proceso en el que las especies se establecen y se van sucediendo en el tiempo para conformar ecosistemas de mayor complejidad.

Desde este punto de vista, el diseño de las áreas verdes urbanas requiere ser guiado por los mismos principios que rigen las comunidades vegetales, caracterizadas por la constante evolución y cambio, respondiendo a dinámicas climáticas como naturales, ofreciendo oportunidades de interacción gestadas de manera orgánica como espontánea, haciéndolas mejor adaptadas ante disturbios y amenazas.
No menos importante, es reconocer el potencial de la naturaleza urbana, comúnmente subestimada para proporcionar servicios ecosistémicos como brindar hábitat a la fauna autóctona o contribuir al bienestar de las personas. Por otro lado, es del caso considerar las limitaciones que el ambiente urbano impone a las coberturas vegetales al generar condiciones hostiles e inadecuadas para las plantas como la presencia de contaminación, estrés hídrico, temperaturas elevadas, evaporación intensa, vientos canalizados, reverberación de la luz y suelos de baja calidad e impermeables.
Entonces, se hace necesario un ajuste en la aproximación que establecemos con el paisaje, entendiéndolo como un escenario dinámico que es construido socialmente y que también requiere, reconstituir la conexión recíproca que tenían nuestros antepasados en los entornos rurales con la naturaleza y que vivían con el paisaje en una relación de compañía y respeto. No, vivián del paisaje, a través de un vínculo de posesión o pertenencia, limitado a la explotación y extracción de recursos.
Es por esto que la planificación de las ciudades tiene una deuda a saldar con la naturaleza reconociendo y valorando como un recurso ambiental; debe ser sensible con los elementos del territorio en todas las escalas, debe visibilizar los procesos naturales, debe minimizar las perturbaciones ocasionadas por las urbes, debe coexistir con el paisaje armónicamente posibilitando la continuidad y la articulación entre la matriz verde-azul urbana y con los elementos estructurantes del territorio en el que se emplaza.

Redefinir la proyección y manejo de las áreas verdes urbanas, así como la de sus coberturas vegetales desde una óptica multifuncional, en la cual la recreación no sea el único uso admitido, donde la prioridad vaya más allá del espacio construido o de las necesidades humanas y en el que no se pretenda perpetuar el orden formal, es un paso hacia la mejora de la calidad y salud ambiental de las ciudades.
Tal y como ocurre con las plantas pioneras, debemos replantear el enfoque y la transición hacia un paisaje urbano informal en el que se reconozcan y visibilicen los procesos ecológicos privilegiando la sucesión natural, posibilitando multiplicar las situaciones de renovación constante e intercambio inherente a las comunidades vegetales, permitiendo la generación de paisajes urbanos resilientes, sostenibles con la mínima intervención, el menor consumo de recursos (como costes de mantenimiento) y un impacto mínimo en el ambiente.
Ello implica diseñar y gestionar con un abordaje multiescalar, entendiendo que la crisis representa una oportunidad desde la complejidad consustancial del sistema natural para maximizar la funcionalidad, la variedad ecológica y las interacciones bióticas mediante:
- La maximización del número de áreas verdes reduciendo las áreas impermeables; el establecimiento de distintos estratos vegetales en las áreas verdes.
- La diversificación del arbolado urbano en especies y edades.
- La renaturalización con bosques urbanos de los relictos verdes subutilizados producto de la infraestructura viaria (glorietas, separadores e islas).
- La potencialización del uso de especies nativas en el estrato arbóreo como en el herbáceo.
- La promoción de los jardines biodiversos.
- La gestión de las aguas urbanas.
- La restauración de los elementos de la estructura ecológica principal.
- La minimización de las áreas de césped.
- Las soluciones basadas en la naturaleza y adaptadas al clima, aplicadas no sólo en contextos urbanos sino también suburbanos y rurales, donde se pueden generar cercas vivas que actúen como corredores verdes.
En definitiva, se precisa proyectar con la naturaleza para amalgamar su presencia con la ciudad y su espacio público, crear una estructura de hábitats variados con capacidad de soportar las presiones antrópicas, mantener la biodiversidad, consentir la evolución y adaptación de acuerdo con las necesidades urbanas además de brindar bienestar y permitir a las personas conectarse con la naturaleza.

Finalmente, este cambio de enfoque no será viable sin la participación mancomunada de todos los sectores de la sociedad, empezando por el impulso político, normativo y económico que añada obligatoriedad desde los gobiernos locales y la administración distrital. Deben concursar la promoción de la educación ambiental en todos los niveles de formación, el interés de los actores privados que desarrollan espacio público, el compromiso de los profesionales especializados de diversas disciplinas en el establecimiento de paisajes ecológicamente funcionales, la participación en investigación ambiental, social y de paisaje desde la academia como desde las entidades ambientales, el estímulo a la gestión del agua urbana en distintos niveles, la contribución, veeduría y control de las organizaciones sociales y ambientales, la apertura en los viveros a la propagación de especies nativas poco comerciales para la creación de un nicho en el mercado, el apoyo de jardineros, operarios y la comunidad en general para generación espacios dinámicos, sustentables y diversos en nuestras ciudades.
Autor: Jorge Enrique Vergara Beltrán
Imágenes
[1] Parque vecinal, Localidad de Suba, 2025
[2] Plantas arvenses en lote abandonado, Localidad de Suba, 2023
[3] Vista aérea conexiones verdes urbanas desde el Barrio Belalcázar en Bogotá, Diego González. https://www.diegonzalez.net/
[4] Cama jardín biodiverso en el Jardín Botánico de Bogotá, 2019
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