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COTIDIANIDAD Y PAISAJE CULTURAL EN BOGOTÁ


“Esta calle, mi calle,se parece a todas las calles del mundo.

Uno no se explica por qué suceden tantas cosas en un minuto,

en una hora, en doce horas, desde que el sol preña la tierra.

Tiene puertas como bocas sin dientes. Las mujeres se

asoman a las ventanas y miran tan lejanamente…

Sobre un alambre, en el que los días hacen equilibro,

cuelgan a secar medias, camisas y pantalones rotos”.

Mario Rivero, La Calle

Pensar a Bogotá por medio de sus paisajes permite construir un conjunto de sensaciones, sentimientos, emociones y recuerdos en las personas que la habitan. Reconocer el paisaje como un elemento fundamental en la construcción del espacio habitado, y analizar su relevancia en nuestra ciudad, permite al habitante construir identidades propias las cuales promueven el arraigo cultural por medio de la comprensión de las dinámicas percibidas en el territorio y sus distintas realidades socio espaciales.


El paisaje se configura como un producto relacionado del sentir y actuar de los habitantes, conectado con las perspectivas colectivas sobre su relación e interpretación con él. Entonces ¿Es posible escuchar, oler y sentir el paisaje? Los habitantes crean y forman la imagen de un lugar, por ello escuchar canciones como Sigue Siendo Bogotá de Hora Local, leer novelas de Mario Mendoza o simplemente evocar un pasado histórico al caminar por una calle de la Candelaria construyen imaginarios que intentan establecer un vínculo entre el contexto y el entorno cultural y social.


Fotografía: Carlos Lince

El paisaje muta constantemente, Álvarez (2002) nos muestra el paisaje como un “elemento en constante proceso de transformación, como algo manipulable, y con el sujeto como eje central de ese proceso”. El ciudadano percibe desde su espacio particular, el paisaje urbano; lo delimita y resignifica constantemente debido a las transformaciones continuas de la ciudad. Como ejemplo de ello, el desarrollo y las nuevas dinámicas urbanas que se presentan en Bogotá a diario, que afectan directamente la percepción frente al paisaje del Centro Histórico. Es posible que la visión que se tenga sea la de hace unos 20 años, donde predomine un ideal de las Topofobias -espacios no agradables, generadores de miedo-, la delincuencia, suciedad, exceso de habitantes de calle, el peligro constante y el difícil acceso.


Sentir el paisaje, por medio de distintas miradas, es tan laberíntico como las vivencias individuales de cada humano. La Ciudad al estar en un eje de constante transformación hace que el paisaje sea dinámico, por ello actualmente el Centro de Bogotá, es un espacio que la mayoría de sus habitantes evocan con aprecio, barrios como La Candelaria, La Perseverancia y La Concordia han vuelto a renacer por sus icónicas fachadas coloniales, sus empedradas y angostas calles además de los nuevos edificios que construyen una transición entre ese legado histórico y una ciudad moderna.


Fotografía: Carlos Lince


Las nuevas generaciones han obtenido una capacidad para comprender y apoderarse del paisaje, lo cual se ve representado en símbolos plasmados en el espacio, que se traducen, en huellas de trabajo sobre el territorio. Se pueden describir e interpretar, pero también se pueden reescribir, reflejan los vínculos con el espacio, especialmente, de cómo perciben visualmente su contexto para representarlos a través de distintas formas, una de ellas es el Grafiti.


Entre calles, fachadas y edificios se inscribe un centenar de símbolos y valores que aportan sus habitantes. Cada paso es una representación distinta, un grafiti distinto, pero con un pasado compartido. El grafiti se ha convertido en un aspecto tan fundamental en la revitalización del espacio público en la ciudad a tal punto que el Distrito a ejecutado iniciativas por parte del Instituto Distrital de las Artes que potencializan los procesos de apropiación del espacio.


Fotografía: Carlos Lince


La Ciudad cambia, se transforma y renace. Barrios como La Perseverancia, reflejan la incorporación entre ese legado histórico, representado en las fachadas coloniales y esos nuevos símbolos cargados de ese pasado transgredido, rechazado y olvidado. Aquellas fachadas se convierten en un escenario perfecto para reconstruir nuestra historia además se visten distintos colores, sabores y olores.


Caminar, explorar, sentir, respirar, son acciones que pocos se atreven a realizar en la ciudad. Los extranjeros predominan en las calles y rincones de nuestra ciudad, descubriendo y escarbando su historia por medio de lugares y relatos. Mientras que unos pocos intentan comprender aquellas palabras que Elisa Mujica describía en sus novelas.


Fotografía: Carlos Lince


“En las fachadas, a fin de reemplazar el sencillo modelo establecido de portón claveteado y ventanas de balaustres, las familias principales que emigran hacia el norte escogen una combinación de chalet suizo, con techo vertical como si aquí cayera nieve, y de cortijo andaluz trasladado desde California porque ya no se aprecia el injerto directo. Para los forasteros la zona prohibida se marca así, indeleble, más allá de San Diego, imán de corazones, símbolo de vida fácil, por lo pronto inaccesible, esperándolos si acaso para más tarde, cuando crucen la frontera económica que ahora los separa”. (Mujica, 2014, p. 10).


Ahora las fachadas se visten de blanco, se preparan para ser el lienzo sobre el cual la imaginación de sus habitantes espera poder hacerse realidad. La ciudad se llena de colores, olores y sabores, cada día es más sustancial agudizar los sentidos para poder comprender cada uno de los paisajes que se encuentran inmersos en la ciudad, así la visión cotidiana del observador de a pie se hace más consciente del lugar donde vive.


Fotografía: Carlos Lince




Auto del artículo: John Greyson Mojica Quijano ©



REFERENCIAS

Álvarez Areces, M. A. (2002). Nuevas miradas al paisaje y al territorio. Ábaco: revista de cultura y ciencias sociales (34).

Mujica, Elisa (2014). Bogotá de las nubes. Bogotá, Colombia. Biblioteca Digital de Bogotá


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